Los niños, que serán los jóvenes y adultos de un mañana próximo, deben de ser educados para enfrentar los desafíos de este siglo que requiere de personas seguras de sí mismas, respetuosas y tolerantes con los demás, dispuestos a aprender, capaces de asumir retos y riesgos, características todas que pueden y deben ser forjadas desde las experiencias que se les brinden en las escuelas infantiles.
Una educación de calidad para la infancia, ha de considerar como una de sus prioridades contar con docentes que proporcionen los andamios educativos necesarios, que sean capaces de entender que el niño –protagonista de la actividad pedagógica- está dotado por naturaleza de un potencial que debe aprovecharse y favorecerse creando escenarios de aprendizaje estimulantes, retadores, motivantes y llenos de afecto, a partir de reconocer las características evolutivas y condiciones socioculturales de vida de sus educandos. Un profesional de la educación consciente de las condiciones en las que desarrolla su quehacer, que cuestione, analice y reflexione su intervención docente para transformarla e innovarla constantemente, y que el amor que sienta por su profesión le permitan sorprenderse día a día con las sonrisas, los juegos, el llanto y los logros de sus pequeños, momentos que hacen de su labor académica una actividad gratificante y, a la vez, un reto permanente.
Por todo eso, ser docente de educación preescolar hoy en día representa asumir el compromiso de una profesión tan importante, maravillosa y compleja al mismo tiempo, porque es en la etapa de la educación infantil cuando se sientan las bases fundamentales de las cualidades del ser humano, sin duda, es el mejor momento para formar ciudadanos íntegros y plenos.
Por el cultivo del amor y del saber